Las micros en Hong Kong son extremadamente convenientes. Las frecuencias son aceptables, el precio es adecuado y los recorridos son utilísimos; adonde quieras ir, hay una micro. Ahora bien, en mis meses de pasajero, ha habido más de un lugar a mitad de recorrido que me ha llamado la atención, pero no siempre tengo la oportunidad (o el ánimo) de retroceder en mis pasos y explorarlo más a fondo. Esta vez, sin embargo, tuve la fortuna de ser invitado por un par de intercambiarias a comer comida callejera y ¡bondad graciosa! coincidió que la cocinería a la que llegamos era una a la que tenía ganas de ir hace rato ya.
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Lo notable del lugar es que está ubicado literalmente al lado de un paradero de micros. Al punto de tener mesas en el paradero mismo. De hecho, ahí nos sentamos cuando llegamos, pero tuvimos que cambiarnos porque mis señoras intercambiarias se estaban infartando cada vez que pasaba la micro a escasos 50 centímetros de nosotros a dejar pasajeros un poco más allá.
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Y, como era de esperarse, el festín fue para chuparse los dedos. Unas cuantas botellas de cerveza para paliar los casi treinta grados de temperatura, y a hincarle el diente a los platos.
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Partieron llegando las almejas marinadas en salsa de porotos negros picantes; el plato ya lo había probado en una de las islas aledañas, pero acá estaba prácticamente igual de sabuloso. Siempre es un buen desafío el tomar las conchitas con los palitos.
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Pocos minutos después, llegó la sensación de la mesa; los camarones meones (ese es el nombre literal en chino). Hacía ya varios meses que los quería probar, y superaron todas mis expectativas. Fueron un extasiante tributo al colesterol. ¡Hasta tenían 'gou', igual que las jaibas sobre las que escribí algunas entradas atrás! Los crustáceos chinos son terriblemente exóticos.
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De la mano con el post anterior, esta es la razón por la que no se ven muchas palomas en la ciudad. Jojojo.
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La cazuela de pescado estaba fantástica. O sea, siempre es un poco raro comerle hasta la piel, especialmente porque dicha criatura está cocinada con la pura temperatura de la sopa hirviendo -esto es, una suerte de semi-sushi lleno de espinas-, pero después de la suave chiclosidad inicial uno se acostumbra.
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Y el mítico y original arroz chaufán! No es por mirar en menos nuestros deliciosos chaufanes chilenos (cuántos recuerdos, cuántas buenas cenas), pero se nota en el sabor que éste es el original. Ojo que sólo debe de ser un 30% más sabroso que el chileno (lo cual no es tanto), por lo que no creo que salga a cuenta venir para acá solamente a probar el arrocito este. Nota al pie, en esta ocasión estaba preparado con el 'popular' chancho chino.
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Cuando ya parecía que no nos iba a entrar más comida (especialmente a mí, que me tocó tomarme casi toda la cerveza y terminarme los platos que mis contertulias no pudieron acabar), llegó el broche de oro. Boquitas de calamar picantes. Así es, boquitas! De hecho, si ven con atencíon en la foto se ven unas suertes de piquitos de un color un poco más claro. Como buen calamar, eran semichiclosas, y vinieron de perilla para consumir junto a una cerveza. Sobraron unas cuantas boquitas, por lo que me las traje a la casa y fueron mi almuerzo del día siguiente