“Yo no escribo para agradar, tampoco para desagradar, yo escribo para desasosegar”. Probablemente esta frase de José Saramago va a aparecer bastante por estos días luego de su partida al otro mundo, por lo que pido disculpas si a estas alturas se lee algo trillada. Simplemente quería dedicarle unas pocas líneas a un autor con el que, si bien no he leído lo suficiente de él como para decir que sé de él y su obra, empatizaba con su hipotética forma de ser y su manera de ver el mundo. Tengo que confesar que sus libros se me hacían un poco áridos a ratos (perdóneme, señor Saramago, espero que no me pene por mi honestidad), pero en general el concepto de su redacción me entretenía muchísimo, por paradójico que suene. No sé, siempre me dio la impresión de estar leyendo a un niño que lo cuestionaba todo (esto está sesgado por los pocos libros que he leído, y francamente no creo que lea demasiados más en el corto plazo por el solo hecho de que este Quijote de las letras haya trascendido física y espiritualmente), ávido de conocimiento y gozador de la vida. Puede que yo esté equivocado, pero los homenajes son algo más personal que ortodoxos. Por lo que si usted es un Saramagomaniático y se encuentra sumamente desasosegado por esta ignominia, le ruego que tome en cuenta este hecho antes de expresar su desazón.
Para todo lo demás, existe Mastercard. Mis mejores deseos para el Nobel de literatura de la otrora Lusitania en su viaje.
Para todo lo demás, existe Mastercard. Mis mejores deseos para el Nobel de literatura de la otrora Lusitania en su viaje.