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Intentando ignorar el dolor en mi tobillo izquierdo (en otras palabras, haciendo de tripas corazón), caminaba lo más normal y prudentemente posible. Tenía cuarenta minutos para llegar al funicular, pues la guía no había querido darnos más tiempo. Que piedra suelta aquí, que piedra suelta ahí. La parte sin mantener de la Muralla está, efectivamente, sin mantener; ladrillos sueltos, arbustos, gravilla, escaleras rotas y toda suerte de trampas naturales. Un buen y entretenido desafío para los más audaces, pero un pequeño calvario para los lesionados. No puedo reclamar; a fin de cuentas, igual podía apoyar el pie y el curso de digitopuntura se justificó por fin tras revivirme parcialmente la movilidad de mi izquierdo amigo. Después de veinte minutos de lo que juraría fue caminar sobre cáscaras de huevo, logré llegar de vuelta a la parte mantenida. Un alivio. A un paso ahora ya un poco más tranquilo, me puse a repasar la caída, el evento del día (hacía un buen tiempo que no me sacaba la ñoña). En eso, me cruzo con un gringo jadeante que con ojos sudorosos me hizo una seña exhausta para que parara por un momento. "Oye, ¿y esto cuánto más allá sigue?" me preguntó. Volvió a su posición de espalda doblada, cabeza gacha, ambos brazos sobre los muslos y foz de iguaçú escurriendo furiosamente de su frente al suelo de piedra. No sé si habrá sido asmático, pues el físico lo acompañaba hasta cierto punto, pero ya veía que se moría ahí mismo. Levantó la cabeza de nuevo, apretando un ojo cosa que su par pudiera enfocar y esbozó una mueca de sudor (sí, una mueca sudorosísima) esperando mi respuesta. "Ehm, esto como que sigue para siempre... es la Gran Muralla", le respondí, pasándome de listo. Afortunadamente, no se lo tomó a mal; se rió y reformuló la pregunta. Así que mi nueva respuesta le indicó que esto seguía un poquito más allá, que la parte mantenida se terminaba y después era un zoológico de Muralla con una plantación de piedras sueltas y ladrillos quebrados, y que tuviera cuidado con lesionarse.
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Retomando mis agradables escalones de vuelta en pos de mi destino (esa escalerita empinada se la peleaba a los incas), sus jadeos y gruñidos se perdieron rápidamente detrás mío. No sé si habrán sido vientos alisios espontáneos o una Muralla apologética alivianádome el paso, pero logré llegar a tiempo y (casi) sano y salvo de vuelta a mi familia, al funicular y al resto del tour.