En la última entrada, describí mi situación de salud como medidamente pobre a raíz de un resfriado. También hablé del anormalmente alto porcentaje de humedad relativa del ambiente de las últimas semanas. Bueno, resulta que este último fue el detonante de la causa de mi deterioro respiratorio, de una manera más bien sórdida que me hizo recordar el cuento El Almohadón de Plumas de Horacio Quiroga.
Me encontraba tosiendo porque el aire lentamente me estaba envenenando. Las esporas provenientes del moho negro que comenzaba a crecer en las paredes y algunos otros confines del departamento estaban atacando mis alvéolos y haciéndome caminar lentamente hacia una pulmonía en desmedro de los remedios para la tos que estaba tomando (ya no me vengo con cuentos con estas cosas después de un edema pulmonar y la cuasi neumonitis de mi hermano por su resfrío mal cuidado). Para percatarme de esto tuvo que pasar una semana y (disculpen lo gráfico) flema cada vez más verde para darme cuenta que algo no andaba bien. Para mi fortuna, el moho no estaba lo suficientemente desarrollado como para desahuciarme del depto, pero me pasé una buena tarde fregando las paredes y muebles con cloro y desinfectante respectivamente. Todavía me queda trapear el piso, pero es lo de menos. En estos momentos aún toso, pero al menos la infección está retrocediendo. Por poco y las veo negras. La humedad no está para jugar con ella.
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