Con motivo del cumpleaños de un par de amigos, aproveché de pisar tierras niponas una vez más a comienzos de abril. Los cerezos en flor ya llevaban más de una semana pintando las calles y parques de Tokyo con sus rosas melancólicos, y los pétalos ya comenzaban a caer cuando me bajé del bus en ICU, la universidad donde estudié durante un año.
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Como era de esperarse, nada había cambiado mucho. Ahora bien, Tokyo es probablemente una de las ciudades más tecnológicas y arquitectónicamente avanzadas del mundo, pero por algún motivo siempre he tenido la impresión que, fuera de la forma plástica de los edificios, nada pareciera cambiar demasiado rápido. Las estaciones pasan de primavera a verano, luego de otoño a invierno y primavera una vez más. Flores, cigarras, hojas secas y árboles con escarcha. La garita del guardia tenía el mismo guardia que probablemente lleva años trabajando y seguramente va a seguir por varios más; lo mismo con las oficinas centrales de la universidad y las secretarias, y lo mismo con los profesores. El patio de la universidad seguía sembrado de estudiantes descansado en los mismos lugares. Lo único que había cambiado eran sus caras.
Había algunos eficios nuevos en el vecindario, pero el ordenado caos llevaba más que nunca el tono silencioso y cotidiano de la vida en Tokyo. Lo que es una contradicción, pues al decir Tokyo uno se imagina el anime, millones de personas en la calle y toda suerte de ruidos y juegos de luces (cortesía de Pokemon y sus episodios inductores de epilepsia). Pero Japón es un país de contradicciones, partiendo por la religión. No es algo que personalmente me deprima; es simplemente así. Y por lo mismo disfruté un mundo el viaje. Fuera de las personas que ya no estaban, la ciudad me recibió con los mismos lugares, los mismos olores y el mismo sabor a nostalgia y soledad.
Pero bueno, dado que no contaba con mucho tiempo, fui prolijo en visitar mis lugares favoritos, lo que involucraba cantidades ingentes de comida. Partí con mi tienda de sushi preferida, donde la relación precio - calidad del sushi es la mejor que mi extensa investigación hace dos años entregó. De más está decir que estaban los mismos cocineros, e incluso la misma viejita jorobada sirviendo el té y recogiendo los platos.
Partí con el supuesto mito que tanto discutí con gente en Chile y otros países: pulpo fresco. Así es, es pulpo sin cocinar. No sé si cortarán una parte especial, pero está crudito y es increíblemente suave (y sabroso). En japonés se llama 'nama dako'.
El cartílago crujiente del 'nama geso', tentáculos de calamar, seguía igual de chicloso que siempre.
Y bueno, mi foco de atención fue el atún. Informes señalan que Japón consume el ochenta o más por ciento de la población mundial de atunes, por lo que los dos caminos a seguir dentro de los próximos pocos años van a ser 1) se prohíbe la pesca del atún o 2) el atún encuentra su fin como especie en el estómago de los japoneses. Así que tuve que aprovechar de hincarle el diente a los últimos atunes explotados legalmente. En primer lugar, maguro: la calidad más baja del atún, con un sabor fresco y un tanto dulzón.
En segundo lugar, chuutoro: atún de mediana calidad, con mayor contenido de grasa y por lo tanto más sabor, ya es un deleite para el paladar sentir cómo la carne microfibrosa impregna la boca de una sensación fresquísima y cargada esencia.
Y en último lugar, ootoro. El rey de los atunes, el corte más fino y grasoso. Es cosa de comer uno para ya comenzar a sentir el estómago pesado. Y más que comer una pieza, sería absorberla: la carne es tan tierna y blanda que se deshace en la boca. Es el foie gras de los pescados, el wagyu del reino marino. Muy difícil -sino prácticamente imposible- de encontrar fuera de Japón, dado que sólo los atunes más grandes tienen cantidades lo suficientemente altas como para ser comercializadas. Un imperdible si alguna vez se está visitando tierras niponas.
Esto puede resultar un tanto al azar, pero no pude resistir sacarle una foto a ese funcionario del metro. Las cejas eran demasiado grandes! Era casi como si tuviera dos pedazos de alga pegados.
Ya subiré un poco más de fotos en otro momento cuando no sean las cuatro de la mañana.