miércoles, 21 de julio de 2010

Monzones, tifones y remojones

Ya van dos días desde que volví a Hong Kong. Por fin recibí mi visa de estudiante, el último eslabón en el engorroso proceso de admisión a la universidad. Así que ahora sí que comienzo, sin dudas, mis estudios en septiembre. Y por lo mismo ya comencé a adquirir la bibliografía necesaria; hoy emprendí una travesía al otro lado de la isla a comprar uno de los muchos libro que voy a tener que poner debajo de la almohada por los siguientes diez o doce meses.

Lo único que no contaba fue con la astucia del clima. Ayer y anteayer había estado fantástico, dos días de verano prístinamente hermosos, ni siquiera tan húmedos y con una brisa ligera que casi me saca lágrimas. Pero hoy tuve el primer recordatorio de lo que se avecina: la temporada de monzones. Mi primer tifón en Hong Kong, ¡qué emoción! O bueno, eso pensé hasta que me bajé del minibús en frente de la Universidad de Hong Kong (no es donde voy a estudiar, pero era el único lugar donde tenían el libro que andaba buscando). La simpática llovizna que me acompañó hasta la parada de bus se había convetido en un diluvio voraz que probablemente me habría ahogado ahí mismo de no haber llevado paraguas.

El campus principal de la Universidad de Hong Kong tiene una superficie equivalente más o menos a la mitad del San Joaquín de la Universidad Católica, sólo que la parte interesante es que está ubicado en la ladera de un cerro. Por lo que pueden imaginar la cantidad de escaleras entre edificios. Una vez que llegué a la librería, ubicada en el corazón del campus, estaba más mojado que sostén de sirena. De lo único que sirvió el paraguas fue para proteger mi mochila que, apretada contra mi pecho y poniéndole el paraguas encima perpendicular a lo normal, logré que apenas se mojara. Pero el viento que arremetía por todos los frentes me dejó estilando y con el mismo peinado que Mozart habría tenido si hubiera sido buzo.

Alumnos de HKU enfrentando cataratas en una de las muchas escaleras que conectan los edificios del campus

Acompañado del rítmico 'pluish pluish' que entonan las zapatillas mojadas en estos casos, entré a la librería y compré el libro. "Parece que está lloviendo fuerte", dijo el cajero. Graciosito, él. Para mi alivio (aunque a esas alturas no hacía mucha diferencia), una vez que emprendí el camino de vuelta a la parada de buses para volver al depto, la intensidad de la lluvia había disminuido hasta una delgada cortina de llovizna, que continuó así hasta el momento en que cerré la puerta del edificio detrás mío.

Cabe mencionar que este tifón fue grado uno, en una escala de ocho o nueve siendo nueve el máximo. Creo que a partir del grado seis la gente no va al trabajo. Siquiera pensar en el grado nueve me hace evocar el final de Cien Años de Soledad.

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