Íbamos llegando al monte Cook, en la isla sur de Nueva Zelanda, cuando al otro lado de la curva nos topamos con un pequeño mar de ovejas. No sólo estaban en la mitad del camino, sino que además corriendo hacia nosotros. Fue como ver una escena de Corazón Valiente protagonizada por pequeños rumiantes balando casi sanginariamente en contra nuestra.
Haciendo de tripas corazón, pisé el acelerador y acepté el desafío; esas ovejas eran el único obstáculo entre nosotros y el parque nacional y no iba a dejar que interrumpiesen nuestras vacaciones siquiera por un instante. Al cabo de unos años será la historia la encargada de juzgar quién salió victorioso aquel día, pero al menos logramos llegar al campamento y las ovejas siguieron su feliz estampida luego de evadir el auto grácilmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario