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Echaremos de menos a estos simpáticos y mansos personajes del jardín chilensis. No pican, vuelan lento, tienen un tamaño lo suficientemente grande como para jugar con ellos pero lo suficientemente pequeño como para no tenerles miedo, al mismo tiempo que su apariencia es poco amenazadora e incluso llamativa. Me han brindado entretención desde que tengo cuatro años; solía jugar con los que encontraba en el jardín del jardín infantil y de la misma casa en la que me encuentro, cuando todavía quedaban pololos en la ciudad. Veintitrés años más tarde, el smog, la urbanización y el progreso hacen resonar los ecos de su ausencia en mi jardín vacío de insectos coloridos. Los duros escarabajos, trabajosas hormigas y la muy ocasional abeja no han logrado -ni lograrán- ocupar el alegre, juguetón y tranquilo lugar del pololo en el patio trasero.
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