Victoria Peak es el punto más alto en la isla de Hong Kong. Con poco más de 300 metros, tiene una vista espectacular a toda la ciudad, tanto en la isla como en el continente. De más está decir que de noche la vista no es menos despampanante: la metrópolis cobra vida mientras se van encendiendo los focos, bombillas y neones.

Para bien o para mal, nos tocó un tanto nublado. Tanto así que apenas se veía el mirador desde la calle. Pero bueno, la temperatura estaba perfecta (unos 16 grados) y soplaba una brisa que mantenía en constante movimiento a las nubes que estaban paseando por el cerro.

Así que fuimos a por una caminata. Angel solía caminar por estos parajes hace algunos años, así que fue mi guía. Yo, como (casi) siempre, el fotógrafo y sherpa (un título un poco más dignificante que 'burro de carga').

A la cumbre se puede llegar tanto en auto como a pie; el sendero que caminamos era el que llevaba hasta el centro de la ciudad. Dado que queríamos comer en el mirador mismo (o en algún local por ahí), no pudimos alejarnos mucho. Así que nos dedicamos a sacar fotos.

La verdad de las cosas es que, luego de tomar unas pocas yo, Angel se apoderó de la cámara y no la soltó más. La noche seguía cubierta y con algo de neblina, a ratos densísima y a ratos inexistente.

Angel estaba fascinada con el juguete nuevo. Afortunadamente, luego de un rato (algo así como una hora) se cansó por el peso y recuperé mi cámara.


Una vez de vuelta en el mirador nos dirigimos al restaurant (que estaba promocionado en el panfleto de San Valentín de arriba), y la situación fue algo así:
Mesera: Buenas noches, ¿en qué les puedo servir?
Angel: Una mesa para dos, por favor.
M: Por supuesto, ¿a nombre de quién está la reserva?
A: ¿Reserva? No, no tenemos reserva.
M: Ah, lo siento mucho. No pueden entrar si no tienen reserva.
B: No se preocupe, ya lo solucionamos.
(A y B salen del restaurant. B llama desde su celular al número de teléfono y hace una reserva. Media hora más tarde a A y B les están tomando la orden.)

¡A comer! Después de unas suculentas sopas de entrada, llegaron los platos de fondo. Linguini de Langosta (era media langosta pequeña, pero aun así la presentación se llevó un 7) que estaba excelente (especialmente los fideos)...

... y un risotto de champiñones, ajo y trufas. ¡Trufas! No de las que salen en las noticias, de esas que valen miles de dólares, sino más bien de las menos refinadas pero no por ello menos sabrosas. El sabor en sí de la trufa era muy suave, como una insinuación de los chocolates con sabor a trufa, pero la consistencia firme y al mismo tiempo delicada le daba todo el funk al plato y se convertía en una obra prácticamente musical.

Sí, había velas también, pero no las comimos. (Con las porciones fue suficiente.)

Y bueno, no podía faltar el postre. Era algo así como Crêpes Suzette con salsa de naranja y licor. Usaban Bols y cognac, en un display pirotécnico que dejó un tanto hipnotizados a los comensales de la mesa de al lado. Ayuda el hecho de que estaban algo ebrios.

Una vez bien comidos, volvimos a la ciudad. A prepararnos para el viaje del día siguiente a Cheung Chau, una isla a una hora en barco desde Hong Kong. Se acababa la semana número uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario