miércoles, 23 de febrero de 2011

Para los otros dos de los cuatro fantásticos

Descubriendo Japón por primera vez. Importunando a todos esos pobres japonecitos que tuvieron la mala suerte de estar caminando a nuestro lado mientras tronaban nuestras risas ininteligibles para ellos. Devorando todo lo que las calles tenían para ofrecer. Arrasando con las tiendas de suovenires y manga.
Ese fue casi el templo de Alfredo durante el resto del viaje. Yodobashi Camera, al más puro estilo Homecenter Sodimac/Easy, es una franquicia de tiendas electrónicas (y no tan electrónicas) a lo largo de Japón.
Chomp, ñom, argh. Los locos sabores de Crazy Crêpes nos acompañaron durante el resto del viaje. No es que se llamaran así todas las tiendas, pero bueh, era más simple ponerle ese nombre para evitar confusiones. Randommente, me pregunto si la palabra confusión vendrá del filósofo chino Confucio.
Nada más genial. Pegarle a los taikos (tambores japoneses) siguiendo el ritmo en la pantalla. Podías elegir desde clásicos de nintendo a los grandes hits de Beethoven a la más reciente (y freak) música pop japonesa. Le pegamos un par de pantallazos negros a la pobre consola de tan fuerte que le azotábamos a los tambores. Tan brutitos que nos habrán de ver.
Fuimos a batear una noche, a descargar la 'ira' acumulada en el viaje. Jajaja. Normalmente a estos lugares vienen hombres de salario después de la pega (quizás ya medio borrachos) a deshacerse del estrés mientras batean.
En ese bar, cada una hora se apagaban las luces y dejaban unas luces ultravioletas mientras te atacaban unos monstruos. De haber habido una chiquilla entre nosotros (bu) se habría ido de toqueteada de piernas por parte del monstruo. El show dura alrededor de diez minutos, y al final de la 'función' una de las meseras vestidas de policía arrestaba al monstruo (a decir verdad, a cualquiera de nosotros nos hubiera gustado ser arrestados por esa policía, uf!).
Miyajima, y la acrobacia de Andrés. Una barra de escalera pareja y continuada por algo así como veinte o veinticinco metros, y abajo va! Al aterrizar sacó aplausos de los japonecitos que estaban esperando en la base a que Andrés bajara por completo (y sacando fotos de este turista bárbaro que estaba haciendo locuras).
Monte Misen, en Miyajima. El día soleado de invierno súbitamente se transformó en una proto-tormenta de nieve. Después de media hora de estar sacando fotos en polera caí en cuenta que era mejor ponerme la chaqueta; los dedos ya no estaban apretando el obturador de lo entumidos y me resultaba más bien molesto.
Los pobres me tuvieron que esperar un buen rato bajo la nieve a que terminara de sacar mis fotos. Puntos a ellos por la paciencia!
Después del monte fuimos al santuario de monitos, pero hace rato ya que se habían ido a acostar. Así que no pudimos sacarnos fotos con macacos comiéndonos los piojos, para la otra será.
Ah, karaoke. Probablemente una de las cosas más japonesas en Japón. Y como donde fueres haz lo que vieres, todo cantado en japonés. Echamos a volar nuestra imaginación en más de una ocasión. Si hubiéramos ido con algún japonés, le hubiera dado un síncope al ver cómo asesinábamos su lenguaje.
Sapporo, y las grosas tormentas de nieve nocturnas. Alfredo llevó los anteojos oscuros una noche sólo para que no le entrara nieve a los ojos. Hubiera sido más apropiado llevar goggles para nadar.
Al menos nos salió el sol un día. Hurra!
Alfredo ideaba planes para asesinar a todos los transeúntes aledaños cada vez que hacíamos un alto para sacar fotos. Esperemos que Sapporo no eche de menos a todas esas personas. :P

martes, 22 de febrero de 2011

Vistas niponas.

Sospecho que las fotos de paisajes que había subido no se podía abrir, por lo que modifiqué el tamaño de algunas para que se puedan apreciar un poco mejor. Estas son las joyitas que sacamos en Japón.
Hakone, cerca del monte Fuji. Una vez instalados en el hotel, le preguntamos al receptionista sobre dónde quedaba la huella para caminar más cercana. Nos dio las indicaciones, y al parecer el inicio del camino quedaba a unos quinientos metros. Nos mostró la ruta en el mapa y dijo: 'Hasta este centro turístico son aproximadamente cuatro horas, tengan cuidado por favor'. Treinta y cinco minutos después estábamos llegando a dicho centro turístico. Cuento corto (ya alguna otra vez subiré más fotos de esa caminata, había varios lugares bonitos en el camino), llegamos a dicho centro turístico, buscamos la montaña más alta que alcanzábamos a ver y la escalamos.
El camino de ida hasta la cima fue de alrededor de una hora y media. En la cima misma pillamos el atardecer casi en su punto cúlmine, pero tuvimos que regresar rápidamente para que no nos pillara la noche. Teníamos linternas y provisiones, pero por ningún motivo nos íbamos a perder la comida que teníamos reservada en el hotel.
El camino de vuelta nos regaló preciosas vistas de una luna naciente y un monte Fuji semidespejado. Como buen día fuera de temporada, fuimos los únicos turistas que anduvimos caminando por los alrededores.
Ya en Miyajima, unos cuantos cientos de kilómetros al sur, al lado de Hiroshima, nuevamente emprendimos el camino a la cumbre del punto más alto (no sé qué vamos a hacer con esta mala costumbre si alguna vez pasamos por Nepal), que no era tan elevado, pero lo suficiente como para entregar bonitas fotos.
Años atrás ya habíamos hecho lo mismo con la Ceci y con mi papá (la mamá nos acompañó en espíritu desde las profundidades de los sueños de madrugada), pero nunca al atardecer. El cielo amenazaba con tormenta, pero entre disparos de nieve el sol se las arregló para asestar una que otra luz cegadora.
Esta vez los héroes de la historia fueron mis hermanos. Mención especial a Andrés que me hizo piecito para poder subir a la roca más alta del lugar (yo andaba con pantalones de vestir, lo cual me imposibilitaba hacer peripecias demasiado audaces. Después de rasparme los brazos y estómago intentando escalar ese peñasco, Andrés se compadeció y me ofreció los hombros).
Desde ahí la vista no podía ser mejor. Se veía hasta Hiroshima a la lejanía. Quién hubiera pensado que hace casi 70 años eso era un peladero en llamas producto de la bomba. Esperemos que los conflictos en el medio oriente y el calentamiento global no nos lleven de vuelta a eso.
Cerro abajo tuvimos una vez más lindas vistas del atardecer. Unas pocas horas más tarde se pondría a nevar furiosamente, sacándole varios 'oh!' y 'ah!'s a los habitantes locales. Parece que nieve en esa época del año no era demasiado común. Patas parriba, el clima. Pónganse las pilas, Naciones Unidas y G20. Tuvalú y todas las naciones-islas a ras de mar se los van a agradecer.
Por último, vista de Sapporo desde la torre homónima. Algo así como cien metros más pequeña que la torre de Tokio (la que, a su vez, es un metro más alta que la torre Eiffel... Ah, Japón), la torre de Sapporo domina el espacio aéreo de esta ciudada más bien septentrional. Nada mejor que un poco de nieve como para escapar del verano del hemisferio sur.

lunes, 21 de febrero de 2011

La tele nueva

Aprovechando la estadía de mis hermanos y los suculentos descuentos previos al año nuevo chino, compramos una tele. De marca TF, es cien por ciento china, por lo que salió bien barata. La parte no tan positiva de hacer este tipo de compras es que, en las palabras de Alfredo, es una ruleta rusa (o china, en este caso): una de cada cuantas va a fallar irremediablemente. Gracias a los dioses orientales, en todo caso, la tele se ha mantenido fiel hasta el momento (toco madera, toc toc toc).
Hay que admitirlo: no resistimos la tentación y le pusimos la W a mano. Jajaja.

domingo, 20 de febrero de 2011

Aguanta, invierno.

Y llegó la primavera. Esta estación del año por lo general es asociada con el término del invierno, flores y el renacer de la vida en general; en Hong Kong, no sé si sea tan así. El frío y seco invierno comienza a dar paso a la humedad y a las bocanadas de altas temperaturas que dominarán el ambiente hasta finales de año. En estos momentos, paisajes como el de la foto de abajo son prácticamente invisibles, dado el alto porcentaje de humedad. Y por lo mismo, pasa lloviendo.
No había llovido en todo el tiempo que estuvimos en Hong Kong, hasta que se fue Alfredo. Apenas tomó el avión, comenzó la llovizna y luego llegó la lluvia. Prácticamente no ha parado desde entonces. Intermitente a ratos, le trae recuerdos a los ingleses que viven acá de su madre patria. La temperatura todavía está agradable; de hecho, tengo que usar una frazada encima de mi detético plumón (es más delgado que de costumbre). Estoy cruzando los dedos para que esta proto-primavera se extienda, me da lo mismo que llueva el resto del año.
Una vez que se asiente la estación, debería comenzar a salir más el sol y a calentar las cosas. Ay, ay, ay, ay (canta y no llores). El sol de por sí no pega mucho, y honestamente la temperatura no supera los 33 - 35 grados, pero la humedad arriba de 90% te pega un puñetazo inclemente en la cara cada vez que sales del aire acondicionado. Aguanta, invierno, aguanta.

sábado, 19 de febrero de 2011

A puro ñam ñam

Tallarines planos secos con carne de res. Es de los platos más aceitositos dentro de la grasosa plétora culinaria de Hong Kong, pero por lo mismo es excelentemente bueno y lleno de sabor. Los tallarines son algo pesados y no tienen tanto sabor, a pesar de estar cocidos y luego fritos en salsa (creo que de soya), pero para eso está la carne y el ocasional diente de dragón. Los cebollines son tus mejores amigos cuando comes este plato; refrescantes, levemente amargos e inmunes al aceite por dentro. Mezclados con la carne y luego los tallarines, para equilibrar el sabor, hacen de este plato uno de los grandes favoritos cuando se trata de comer algo rápido y contundente.

viernes, 18 de febrero de 2011

Feliz navidad, China.

Así es, chorroscientos posts de una. Esa es la magia de este blog: hay veces donde pasan siglos sin que escriba ni siquiera una coma, y hay otras veces donde las palabras y/o fotos no paran de fluir. Por lo general, depende de mi estado anímico y tiempo libre. Estos días estoy a mitad de semestre, con casi todos mis primeros exámenes y ensayos listos y disfrutando la 'drôle de guerre' hasta mediados de abril.
Y, pues sí; aprovecho esta ocasión para dar por comenzada la temporada de estudiar mandarín. Ya mucho tiempo lo llevo aplazando, así que ahora a ponerme las pilas. La meta: saber lo suficiente a mediados de año como para postular a una práctica en China a principios del próximo año. Un plan maestro, si me pregunta. Jajaja.

Sushi, sashimi y desayunos espirituosos

En Sapporo, en la región más septentrional de Japón, tuvimos la oportunidad de ir al mercado central a tomar desayuno. Debido a las aguas frías de mar (está casi a la altura de Siberia), la región es famosa por su comida marina llena de sabor e increíblemente fresca. Por lo que no importó que fueran las ocho de la mañana o que hiciera cinco grados bajo cero (lo que, admitamos, no es tanto tampoco), nos pusimos las pilchas y partimos en un transfer al mercado.
Los calamares fueron los primeros en recibirnos cuando entramos al restaurant. Era un tanto triste el pensar que un rato después uno de ellos estaría en nuestro plato, pero como decía el rey león, 'es el círculo de la vida'.
Partimos primero con el sashimi; salmón, camarón y calamar. Al menos el camarón no estaba moviéndose, de lo contrario nos hubiera costado un poco más comerlo. Cabe recalcar que el sushi no es lo mismo que sashimi; este último es la carne de pescado fileteada y servida sola, sin acompañamientos. El sushi es cortes de pescado sobre arroz o envueltos en algas.
El atún de primera calidad estaba bueno, pero no tan formidable como lo imaginábamos (también conocido como ootoro). Aun así el sabor nos refrescó la mañana y case hace que saliera el sol.
El salvavidas de quienes no disfrutan el pescado crudo: salmón asadito. Nada mejor que comenzar la mañana con un buen poco de arroz y productos del mar.
Y el temible, fantástico y sabuloso donburi. Donburi se le llama a un bol de arroz cubierto con un acompañamiento, por lo general carnes, huevo o pescado (o una combianción de ellos con vegetales). En este caso, pedí ootoro, erizos e ikura (huevos de salmón).
Sorprendentemente, no es un plato tan pesado para comerlo en la mañana. Creo que me ha ido peor comiendo tallarines con huevos fritos y carne, lomo a lo pobre o cantidades ingentes de pan con palta.
Y para darle el toque final, sopa miso con pedacitos de centolla. Simplemente para chuparse los dedos.
Esa noche decidimos ir a comer sushi (ya que estábamos en el lugar que estábamos). Comimos los grandes clásicos: salmón, atún, lenguado y mero, pero además aprovechamos (o bueno, aproveché) de comer especialidades locales. Ostras fue el primer intento. Éxito completo: suaves, frescas, un tanto cremosas pero muy sabulosas.

Y el segundo intento fue shindachi. Qué era, no tenía idea. Pero cuando le pedí al cocinero, éste me miró por un segundo y me intentó explicar que era alguna parte en las tripas del pescado. Le dije que no importaba, mientras fuera bueno. Una vez llegado el platito, la apariencia no era muy esperanzadora, pero tengo que admitir que el sabor era fantástico. En términos de textura era parecido a la ostra, pero en términos de sabor era un poco más intenso. No sé si lo vuelva a comer en todo caso, me dio un poco de julepe hacia el final.

Y para culminar aquella comida, aprovechamos de pedir ootoro nuevamente. Estaba buenísimo, pero no fue el mejor que probamos en el viaje. En estos momentos escapa a mi memoria el ápice de los ootoros que probamos, pero ya volverá. Se dice que Japón tiene una reserva de atunes congelados que les durarían un año en caso de que se extinguieran los pescados o prohibieran su pesca. Espero que ninguna de esas opciones llegue a ocurrir.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Washoku

Washoku, comida tradicional japonesa. En el mundo hay comidas que se basan en la cantidad, en el sabor, en la textura o en algún aspecto relevante de lo cocinado; otras, como el washoku, se centran en la presentación, la sutileza de los sabores y en la sucesión de los platos, finamente elaborada para que la armonía se mantenga en todo momento. Algo así como la alta cocina francesa, se podría decir, sólo que en un sentido japonés.

Tuvimos la oportunidad de probar washoku dos veces. Debido a la gran cantidad de platos (a veces las cenas pueden llegar a tener diez o más platillos) no tomé fotos de absolutamente todo (comprenderán que también tenía que comer), pero estoy mostrando algunas como para hacerse una idea. Arriba, partió la comida con un appetizer de pepino de mar.

Junto con el pepino, venía una 'jalea' hecha con caldo y pedazos de piel de pez globo, con un rábano decorativo y algas.

En la otra esquina del plato, un caracolito en una cama de sal. Cabe recalcar que éstas son exquisiteces

Presentación. El equilibrio de colores también se intenta mantener para dar una impresión más armoniosa del plato.
Alfredo sufrió todas esas comidas. Por lo que tuve que sacrificarme y comerme prácticamente todo lo suyo además de lo mío. ¡Oh, no!
Appetizer de tofu y vegetalcitos...

Junto a un pequeño arreglo de masitas, porotos, sardinas (las cuales se comían enteras, con cabeza y todo) y pudín de té verde (dentro del saquito).
Todo acompañado de umeshu, licor de ciruela (terriblemente dulce y bueno).

El sashimi venía dentro de un bol 'sellado'.

Y hasta con el pescado se preocupan de la presentación. El espiral blanco era carne de calamar con alga. (Hasta a Alfredo le gustó.)

Un flan? Algo asi. Le dicen chawan mushi, y es una surte de flan pero salado. Los hermanos casi se me mueren cuando lo probaron, jajaja. Este venía con hongos, trocitos de tofu y otras hierbas.

Para hervir el caldo de comida todavía no cocinada, trajeron unas pequeñas cocinillas con unas pastillas de parafina. Pese a lo pequeño del fuego, la comida no tardó en cocinarse.

Champiñones, tofu, un poco de centolla y verduritas varias.

Luego vino el tempura; era difícil adivinar si lo que venía adentro era carne de algo o un vegetal.

Más tirado para el final, los pickles. Distintas carnecitas o verdes en vinagre. El postre terminaba siendo frutillas servidas en alguna copa bonita, o helado de té verde o algo un poco más conocido bajo términos occidentales.

Washoku pareciera ser una comida algo chocante para algunos, o indescriptiblemente deliciosa para otros; a mí, en lo personal, se convirtió en un gusto adquirido en el que sigo trabajando. Este fue el primer paso del tour gastronómico sino-japonés.