El domingo pasado me tocó almuerzo de intercambio, y entre las cosas que ordenamos pedimos medusa. Es probablemente de mis platos favoritos por acá. Bien chiclosa y suave, es como comer una suerte de cochayuyo con menos sabor y transparente. A veces la sirven en cubitos y otras en láminas lisas. En este caso, fueron algo entre medio.
martes, 24 de agosto de 2010
sábado, 21 de agosto de 2010
Bendito yo!
Desde hace medio año que estoy practicando kung fu (y cómo no, si estoy en China), y hace dos o tres meses tuve la oportunidad de conocer a un buda viviente. Como bien se puede apreciar en la foto (disculpen por la calidad, pero es la foto de una foto), el buda no era muy entrado en años, ni tampoco es el único buda viviente que hay. Hay varios cientos, por lo que tengo entendido. Por lo que escuchado, un buda viviente es un monje tibetano que alcanzó la iluminación y lleva varias generaciones reencarnando. De hecho, hay varios que tienen una larga 'genealogía' de reencarnación. ¿Cómo se puede saber esto? Pues al parecer antes de morir el monje tiene el poder o la habilidad de dar una descripción de dónde va a ser reencarnado, además de cómo es más o menos su hogar, e incluso cómo son sus padres.
El monje que nos vino a visitar (a través de nuestro maestro de kung fu), vive en un templo en la mitad de la nada en la región del Tíbet. Esto es, desde dicho templo se necesitan dos o tres días en burro sólo para llegar a una huella donde pueden andar autos. De ahí a la civilización es otro buen tramo, y ni hablar de llegar a Hong Kong. El pobre monje debió de haber viajado al menos cuatro o cinco días.
Así que bueno: en resumen, el monje vino a la escuela y nos bendijo uno por uno. Una experiencia religiosa, diría yo. Personalmente, más que sentir superpoderes o un aura mágica al ser bendecido, me dio la impresión de que el monje me vació el pensamiento. O bueno, también puede haber influido el hecho de que estaba concentrándome lo más posible para ver si había algo místicamente inexplicable en todo esto. Quién sabe. Sigo siendo el mismo, aunque me está creciendo un cuerno bien puntudo donde el buda me apoyó el rosario.
miércoles, 18 de agosto de 2010
Ñom ñom
domingo, 8 de agosto de 2010
Sácate un budita.
Aprovechando la invitación de una de mis intercambiarias de idioma (una señora de mediana edad que está aprendiendo español), fui a parar a los deslindes de la ciudad, donde se alzan majestuosos pequeños cerros llenos de jungla. En las faldas de uno de ellos, se encuentra el templo de los diez mil budas.
En un comienzo encontré muy bonito el nombre: poético, casi divino al presentar un número tan alto de divinidades. Las estatuillas de budas a lo largo del camino hacia el templo tenían las más diversas expresiones, y parecía no haber dos iguales.
No se puede negar que lo pasaban bien estos budas en el día a día.
Al cabo de un rato, litros de sudor y cientos de escalones, el nombre comenzó a perder su gracia inicial. Diez mil budas, y después de veinte minutos de caminata ¡no llevábamos ni mil! Para mi deshidratada fortuna, pocos minutos más tarde llegamos al templo.
Y de ahí el nombre: dentro del templo supuestamente estaban todos los budas. Los otros habían sido una 'distracción'.
El proyecto del templo fue ideado y llevabo a cabo por un hombre que se hizo adepto al budismo poco después de los veinte años. Lo perturbador es que, como ofrenda para mostrar su fidelidad a la religión, se cortó tres dedos de una mano y arrancó un pedazo de piel del pecho del porte de un puño.
Sin embargo llevó una vida feliz, y murió a avanzada edad. Hoy, los miles de buditas dentro del templo nos recuerdan su vida y obra.
Había una señora vendiendo panfletos con información sobre el templo. Al escucharme pedirle uno en cantonés, me lo terminó regalando. ¡Un hurra por poder hablar chino a estas alturas! (La parte de 'entender' es la que me va a llevar años afinar.)
La vuelta fue igual de tortuosa. El camino estaba plagado de turistas que estaban subiendo, y todos se veían tanto o más miserables que yo cuando me tocó hacer lo mismo. Diez mil budas de ida, y diez mil budas de vuelta.
Por cierto, esta es la divinidad de los favores. Es como el 'San Expedito' chino. Al tener tantas manos (mil, parece) puede arreglárselas con muchos favores a la vez. Le pedí no transpirar tanto en el camino de vuelta, pero mis plegarias no fueron escuchadas. Parece que no tienen oído para los extranjeros.
miércoles, 4 de agosto de 2010
El país de los nesios indios.
Indonesia. Lejos el viaje internacional más espontáneo y peor preparado que he tenido. Ni siquiera tenía una hojita con frases típicas, opciones de alojamiento o transporte. Sólo tenía el nombre del curandero que iba a buscar en Bali, y la promesa de un amigo de que me iba a buscar al aeropuerto de Jakarta, la capital. La idea había partido una semana y media antes, cuando terminé de leer un libro en el que hablaban de una suerte de médico brujo que leía el futuro y nació la pregunta: ¿por qué no? Encontré pasajes baratos y logré ponerme en contacto con mi amigo jakartino, y en un abrir y cerrar de ojos estaba en Indonesia.
Fiel a su palabra, ahí estaba mi amigo cuando arribé. Me fue a buscar, me prestó un apartamento que su familia tenía disponible por dos noches, me paseó por la capital y finalmente me volvió a ir a dejar al aeropuerto para tomar el avión a Bali.
Llegué a la ciudad costera de Denpassar a eso del mediodía, y a arreglármelas. Tomé un taxi y le di el nombre del sector al que iba, como a una hora de distancia. A medida que nos íbamos internando en la isla, comenzaban a aumentar las tiendas de esculturas y pinturas al lado de la calle. Con razón tanta gente va allá a comprar este tipo de cosas para luego venderlas a cinco o diez veces el precio en sus respectivos países. Llegamos a Ubud sin problemas, y el taxi me dejó en la Calle de los Monos.
Fiel a su nombre, mientras caminaba tocando la puerta de hostal en hostal, los simiescos habitantes de la calle hacían monadas por aquí y por allá. Luego de unos diez minutos logré dar con un fantástico bungalow que me cobraban quince dólares la noche, una ganga para el tamaño de la pieza, aunque el baño lleno de insectos y la falta de aire acondicionado justificaban algo el precio.
Segundo paso, meterle combustible al motor. ¡Y vaya combustible! En desmedro de los treinta y cinco grados que hacía, pedí el curry más picante que encontré en el restorán de la esquina, a ver qué tenía Bali para ofrecerme. Por poco y muero deshidratado ahí mismo. A la segunda cucharada, la cantidad de agua que estaba escapando de mi cuerpo era tres veces la que estaba ingiriendo en la sopa. La cervecita que ordené para acompañar el almuerzo no fue una gran ayuda antidiurética.
Tengo que reconocer que el restorancito era un pequeño pedazo de cielo, lo mismo que el resto de la isla. Los meseros estaban vestidos tradicionalmente, con pareos y flores en el pelo. Lo cual no les restaba masculinidad como uno puede pensar, salvo por el balinés que le tocó atenderme. El tipo podría perfectamente haber protagonizado la versión indonesia de La Jaula de las Locas.
El valor del almuerzo bordeó los siete dólares. Con cerveza, entrada y plato de fondo incluidos.
Aproveché de caminar un rato en busca del médico brujo, a lo largo de pequeñas calles pavimentadas con casas a los lados que eventualmente daban paso a terrazas y terrazas de plantaciones de arroz. Luego de un rato, encontré efectivamente a don Ketut (el nombre del curandero), pero me pidió que volviera al día siguiente temprano pues estaba cansado. No hay problema, dije, de todas maneras me tiene mañana a las ocho frente a su puerta.
¡Las huinchas!
Ya en el bungalow, no llevaba ni diez minutos de dormido cuando un movimiento de entrañas fulminante me catapultó fuera de la cama y en dos zancadas llegué al baño. Debatiéndomelas contra un par de piernas flacidísimas, hice lo posible por apretar las rodillas mientras limpiaba el retrete de la fauna de insectos que estaban retozando felices de la vida. Fue como expulsar a la mitad del elenco del canal Animal Planet.
Cuento corto, pasé el resto de la noche semi afiebrado y yendo al baño cada veinte minutos, entre los cuales lo único que hice fue ver alelado el ventilador en el techo. Condenada agua mineral balinesa. Me pasa por querer ahorrarme el dólar y medio de diferencia que había con Evian. Básicamente pasé el día siguiente en cama, aunque logré cambiarme a un hotel un poco más limpio para al menos tener un baño con un nivel de higiene tolerable para usar. Así pasaron las escasas cuarenta y ocho horas que tenía para estar en esa isla paradisíaca.
Por un golpe de suerte, me desperté un poco más aliviado el último día. Logré ir temprano donde el médico brujo, y todo resultó bien. Me leyó la fortuna (que siempre es buena, según me habían contado los meseros del restorán que fui el primer día), conversamos un rato y me batí en retirada.
Antes de salir, le conté que me había intoxicado el par de días anteriores. Es muy grave eso, dijo, deberías ir a un doctor. No se preocupe señor curandero, ya estoy mejor, le contesté. Dos horas después, ya estaba sentado en el avión de vuelta.
El excesivo calor y humedad hacían que el aire acondicionado se viera como humo dentro de la cabina. Fue como tener una máquina de neblina a bordo, cual motel con alas. Genial.
lunes, 2 de agosto de 2010
Victoria Peak II
Victoria Peak es el punto más alto de la isla de Hong Kong, con algo así como trescientos metros sobre el nivel del mar. Como lo habrán visto a comienzos de este blog, tiene un mirador bien bonito desde el cual se pueden ver los dos lados de la isla, sólo que el lado norte (que apunta hacia la gran ciudad) casi siempre está con bruma. Pero ahora es verano, y el sol inclemente se ha encargado de disipar la humedad relativa del ambiente y por consiguiente levantar la cortina un tanto sucia que cubre a la gran Hong Kong.
Eran casi las siete de la tarde, y la gente se estaba comenzando a apelotonar en el mirador. Tuve que combatir codo a codo con una marisma de chinitos que estaban ansiosos por tomar la foto perfecta (son peores que los japoneses).
Si me hubiera quedado una media hora más, habría alcanzado a ver cómo la ciudad prendía sus luces, pero la asfixia de origen humano me tenía un poco aburrido a esas alturas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)