Indonesia. Lejos el viaje internacional más espontáneo y peor preparado que he tenido. Ni siquiera tenía una hojita con frases típicas, opciones de alojamiento o transporte. Sólo tenía el nombre del curandero que iba a buscar en Bali, y la promesa de un amigo de que me iba a buscar al aeropuerto de Jakarta, la capital. La idea había partido una semana y media antes, cuando terminé de leer un libro en el que hablaban de una suerte de médico brujo que leía el futuro y nació la pregunta: ¿por qué no? Encontré pasajes baratos y logré ponerme en contacto con mi amigo jakartino, y en un abrir y cerrar de ojos estaba en Indonesia.
Fiel a su palabra, ahí estaba mi amigo cuando arribé. Me fue a buscar, me prestó un apartamento que su familia tenía disponible por dos noches, me paseó por la capital y finalmente me volvió a ir a dejar al aeropuerto para tomar el avión a Bali.
Llegué a la ciudad costera de Denpassar a eso del mediodía, y a arreglármelas. Tomé un taxi y le di el nombre del sector al que iba, como a una hora de distancia. A medida que nos íbamos internando en la isla, comenzaban a aumentar las tiendas de esculturas y pinturas al lado de la calle. Con razón tanta gente va allá a comprar este tipo de cosas para luego venderlas a cinco o diez veces el precio en sus respectivos países. Llegamos a Ubud sin problemas, y el taxi me dejó en la Calle de los Monos.
Fiel a su nombre, mientras caminaba tocando la puerta de hostal en hostal, los simiescos habitantes de la calle hacían monadas por aquí y por allá. Luego de unos diez minutos logré dar con un fantástico bungalow que me cobraban quince dólares la noche, una ganga para el tamaño de la pieza, aunque el baño lleno de insectos y la falta de aire acondicionado justificaban algo el precio.
Segundo paso, meterle combustible al motor. ¡Y vaya combustible! En desmedro de los treinta y cinco grados que hacía, pedí el curry más picante que encontré en el restorán de la esquina, a ver qué tenía Bali para ofrecerme. Por poco y muero deshidratado ahí mismo. A la segunda cucharada, la cantidad de agua que estaba escapando de mi cuerpo era tres veces la que estaba ingiriendo en la sopa. La cervecita que ordené para acompañar el almuerzo no fue una gran ayuda antidiurética.
Tengo que reconocer que el restorancito era un pequeño pedazo de cielo, lo mismo que el resto de la isla. Los meseros estaban vestidos tradicionalmente, con pareos y flores en el pelo. Lo cual no les restaba masculinidad como uno puede pensar, salvo por el balinés que le tocó atenderme. El tipo podría perfectamente haber protagonizado la versión indonesia de La Jaula de las Locas.
El valor del almuerzo bordeó los siete dólares. Con cerveza, entrada y plato de fondo incluidos.
Aproveché de caminar un rato en busca del médico brujo, a lo largo de pequeñas calles pavimentadas con casas a los lados que eventualmente daban paso a terrazas y terrazas de plantaciones de arroz. Luego de un rato, encontré efectivamente a don Ketut (el nombre del curandero), pero me pidió que volviera al día siguiente temprano pues estaba cansado. No hay problema, dije, de todas maneras me tiene mañana a las ocho frente a su puerta.
¡Las huinchas!
Ya en el bungalow, no llevaba ni diez minutos de dormido cuando un movimiento de entrañas fulminante me catapultó fuera de la cama y en dos zancadas llegué al baño. Debatiéndomelas contra un par de piernas flacidísimas, hice lo posible por apretar las rodillas mientras limpiaba el retrete de la fauna de insectos que estaban retozando felices de la vida. Fue como expulsar a la mitad del elenco del canal Animal Planet.
Cuento corto, pasé el resto de la noche semi afiebrado y yendo al baño cada veinte minutos, entre los cuales lo único que hice fue ver alelado el ventilador en el techo. Condenada agua mineral balinesa. Me pasa por querer ahorrarme el dólar y medio de diferencia que había con Evian. Básicamente pasé el día siguiente en cama, aunque logré cambiarme a un hotel un poco más limpio para al menos tener un baño con un nivel de higiene tolerable para usar. Así pasaron las escasas cuarenta y ocho horas que tenía para estar en esa isla paradisíaca.
Por un golpe de suerte, me desperté un poco más aliviado el último día. Logré ir temprano donde el médico brujo, y todo resultó bien. Me leyó la fortuna (que siempre es buena, según me habían contado los meseros del restorán que fui el primer día), conversamos un rato y me batí en retirada.
Antes de salir, le conté que me había intoxicado el par de días anteriores. Es muy grave eso, dijo, deberías ir a un doctor. No se preocupe señor curandero, ya estoy mejor, le contesté. Dos horas después, ya estaba sentado en el avión de vuelta.
El excesivo calor y humedad hacían que el aire acondicionado se viera como humo dentro de la cabina. Fue como tener una máquina de neblina a bordo, cual motel con alas. Genial.
ESTAN PRECIOSAS LAS FOTOS. BALI PARECE QUE FUERA INTERESANTE DE CONOCER.
ResponderEliminarUUFFFFF MENOS MAL QUE NO TE FUISTE POR EL DESAGUE, PUEDO IMAGINAR LO MAL QUE TE SENTISTE. SUPONGO QUE LA PROXIMA VEZ SOLO BEBERAS AGUA CONOCIDA Y RECORDARAS QUE : AGUA QUE NO HAS DE BEBER DEJALA CORRER...JAJAJAJA
BESOS DE TIU MADRE QUE TE QUIERE Y RECUERDA
Juajaujaa, excelente comentario en relación al elenco de Animal Planet. Creo que ha sido tu mejor chiste ever!
ResponderEliminarIncreíbles las fotos! No me lo hubiese imaginado Bali así. Hermoso restaurant ;)
Notable y envidiable tu iniciativa para viajar!
Y como último comentario, ese es un amigo... que ahí está en el aeropuero esperando =P
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