jueves, 30 de agosto de 2012

Vecino voraz: leche de guerrero (llámese vencida)

Tomando en cuenta las peticiones para subir fotos de la comida que colecto de mis compañeros de casa, aproveché de intentar hacer una pequeña sesión fotográfica con el último ítem que recibí: un bidón de leche vencida. Luego de esta "sesión" aprendí unas cuantas lecciones: 

1) Es difícil achuntarle a la copa y apretar el obturador al mismo tiempo. No ayuda el hecho de que la distancia mínima de enfoque de mi cámara sea de 1.2 metros, lo cual me dejó con los brazos casi totalmente abiertos mientras inclinaba el bidón e intentaba sacar la foto sin mover mucho la cámara en el trípode. 
 2) Caramba que es difícil ajustar la luminosidad. Estaba dentro de la casa para que hubiera menos reflejos de luz, pero era demasiado oscuro como para fotos de acción. Resultado: fotos algo granulosas y levemente borrosas. 
 3) Aun después de achuntarle a la copa, es difícil mantener el flujo de leche detro de ésta. Estuve diez minutos limpiando la cocina después. 
 4) Después de varios intentos, me mudé al patio para seguir con los experimentos. La buena luz solar me permitió más velocidad de obturación, pero aun así las fotos no salieron todo lo nítidas que me hubiera gustado. Le voy a pedir prestado el lente macro a Angel y veremos cómo salen las cosas. 
 5) Espero que le salgan las manchas de leche a las dos poleras negras que usé...

lunes, 27 de agosto de 2012

Vecino voraz: recuento de la última víctima

Desde que me instalé en Australia he estado arrendando una pieza en la casa de un amigo, donde somos tres los que convivimos. A los pocos días de mi debut en tierras australianas caí en cuenta de un curioso ritual llevado a cabo por mis contertulios: en la búsqueda por alimentarse mejor compraban todo tipo de alimentos que almacenaban diligentemente en el refrigerador, comían un bocado o dos durante el espacio de algunos días y abandonaban el resto hasta que se echaba a perder. La primera vez que vi esto, que fue cuando me tocó limpiar el refrigerador de ítemes casi seculares (llámese leche cuajada, mermeladas petrificadas, vegetales completamente secos y piedras que alguna vez fueron panes) para poder poner mis propias provisiones, pensé -ingenuamente- que el descuido había sido meramente por esta vez. Cuando tuve que rescatar mis apios y lechugas de ser atacados por moho y el jamón y el queso de quedar impregnados por un olor acre proveniente de un caldo que parecía sacado del renacimiento, caí en cuenta de que aquí había un patrón de conducta. 

Tomé, oportunamente, cartas en el asunto, y me dirigí a mis dos cohabitantes al mismo tiempo en términos muy claros: si no se comen las leseras que compran, me las como yo antes de que se echen a perder. Ambos aceptaron los nuevos términos de uso del refrigerador (y de la despensa. Y de la frutera. Y del comedor), y le agregamos una cláusula donde en ciertos casos les tengo que dar una notificación de advertencia para consumir determinado producto. El viernes pasado me terminé unas deliciosas galletas de avena que había estado esperando desde julio para que se venciesen; su dueño apenas probó una y las abandonó a su suerte en la despensa. No sé si estaba esperando a que tuvieran progenie, pero apenas tocó la fecha de expiración, terminaron de expirar en mi estómago. La última víctima de esta breve tradición de reciclaje fue una media palta, que había estado una semana completa dentro del refrigerador mal envuelta en papel de plástico. El viernes le di un aviso de desalojo a su dueño, y cortésmente esperé hasta hoy para hincarle los dientes. 

De más está decir que la medida salomónica que establecimos es sumamente conveniente para mi bolsillo; a menudo paso varios días sin tener que hacer las compras en el supermercado. Creo que una de las cosas que más agradezco es el hecho de que el dueño de casa (quien es uno de mis cohabitáneos) tiene una base de fans femeninas bastante grande y, al mismo tiempo, no le gustan mucho las cosas dulces. El resultado: a menudo "tengo" que acabar con los regalos que le llegan de dichas fans, que van desde chocolates y galletas a toda clase de quequitos. Afortunadamente, estas ofrendas de admiración no llegan todos los días; de lo contrario a estas alturas sería un bruno y medio quien escribe. 

sábado, 18 de agosto de 2012

Campamento base

El camino al campamento base de la cara norte del Éverest está muy bien mantenido estos días. Se puede incluso llegar en auto casi hasta donde se instalan las carpas de las expediciones. Hasta hace un par de décadas, dicho camino no existía. Sólo había huellas por las cuales circulaban los nómades y sus yaks. En la actualidad, los nómades establecen su carpas desde finales de marzo y comienzos de abril, para captar el flujo de turistas que esporádicamente visita por esa época. Dichas carpas ofrecen alojamiento para aquellos aventureros que quieren la auténtica experiencia tibetana, durmiendo en carpas nómades y comiendo comidas preparadas en estufa de heces de yak.
Desde hace algunos años, ha habido mucha polémica por la afluencia en aumento de expediciones comerciales y la consiguiente conquista de la montaña por parte de personas con credenciales alipinísticas dudosas pero con mucho dinero. No tanto por el hecho de que más personas tengan acceso a la montaña, pero más bien por un asunto de seguridad. A menudo ha ocurrido que gente con poca o ninguna experiencia en altura o experiencia en escalada en hielo crean verdaderos atochamientos camino a la cima, poniendo en riesgo sus vidas y la de los demás escaladores (muchas veces con consecuencias fatales).
 
Probablemente el caso más insigne de esto ocurrió en la primavera de 1996, donde un mal giro de los acontecimientos le costó la vida a ocho personas en un solo intento a la cumbre (en toda esa temporada murieron unos 15 escaladores). La tragedia está retratada en los libros En el aire fino  (Into thin air) por Jon Krakauer, y La escalada (The climb) por Anatoli Boukreev (ambos muy recomendables).

La pura caminata entre el hostal y el campamento base nos dejó hechos unos estropajos, y eso que eran "solo" 8 kilómetros a "solo" 5100 metros de altura... Arriba en la montaña el cuento es totalmente distinto. Si nos da el pellejo y la preparación, quizás intentemos algún ocho-mil "chiquitito" en el futuro. Por el momento, estamos lentamente preparándonos y adquiriendo experiencia. El próximo objetivo: El Kilimanjaro. 

domingo, 12 de agosto de 2012

No olvides comer tus verduras

 Este es un buen recordatorio. Me he portado bastante bien desde que llegué, estoy comiendo frutas y verduras casi todos los días (a diferencia de mis días en Japón hace algunos años, donde lo más cercano a verduras que tenía mi dieta era la cebada fermentada de los litros y litros de cerveza). 
Estas simpáticas figuritas estaban posadas en una feria, esperando que algún cliente creativo o ávido de tener recordatorios para alimentarse bien las comprase. Siguiendo mi política de no adquirir muchos cachureos, me contenté con sacarles una foto en vez de comprarlos. 

jueves, 9 de agosto de 2012

A la caza de ballenas

 Las migraciones de ballenas jorobadas son muy populares en Australia, especialmente porque es muy fácil verlas dado que pasan a pocos kilómetros de la costa. Por lo mismo, hay muchos tures que ofrecen, a lo largo del año, salidas a avistar estos cetáceos. Si bien no son lo más baratas del mundo, gracias a la tecnología y a sitios como Groupon, estas salidas son más accesibles para el ciudadano común y silvestre.  
Las migraciones ocurren entre junio y octubre de cada año, cuando las ballenas viajan desde las frías agua de la Antártica (donde abunda el krill, su plato favorito) hasta las más calidas aguas del Pacífico sur oriental. La razón es muy simple: para hacer guagüitas (también conocidos como ballenatos). Las costas del continente antártico, como bien puede imaginar el lector, son bastante heladas, por lo que una ballena recién nacida, al carecer de la capa de grasa que protege a sus progenitores, no podría sobrevivir mucho tiempo. Así que se van todas las ballenas de parranda hacia el norte, y lo hacen masivamente en pequeños grupos (aunque suene como oxímoron). 
 La verdad de las cosas es que, después de ver las fotos de las compañías que ofrecen estos tures (donde salen ballenas saltando, asomando la cabeza y haciendo todo tipo de piruetas), me embarqué con la cámara lista para registrar el Cirque du Soleil de los cetáceos, pero no podía estar más alejado de la realidad. Como bien me fui a enterar a medio camino, cuando las ballenas están migrando hacia el norte no tienen ningún interés en andar rebotando y dando espectáculos gratuitos. Lo único que quieren los ballenos es pisarse a la ballena, y éstas lo único que quieren es ir a tener sus bebés en paz. 
 De todas formas, no me puedo quejar: en algún punto de la travesía tuvimos cuatro de esto mamíferos bien grandes pegados al barco intentando ver quiénes eran estos animales bípedos haciendo tanto escándalo. La tripulación estaba tanto o más excitada que los clientes, corriendo de un lado al otro del barco y gritándose entre sí: "Aquí están, aquí están!"
 Cabe recalcar que voy a tomar el tur de nuevo, esta vez en septiembre u octubre, cuando debería haberlo hecho desde un pricipio. Esa época es cuando las ballenas ya vienen de vuelta con sus crías, y al tener menores mirando hacen todo tipo de demostraciones para enseñarle a sus bebés cómo debe comportarse una ballena de verdad. Espero que esta vez no me cancelen el tur como lo hicieron a primera vez: me pegué el pique hasta la Costa Dorada (el equivalente en distancia como ir a San Antonio) sólo para llegar y que me llamaran por teléfono diciendo que el barco no iba a poder partir porque tenía fallas técnicas encontradas esa misma mañana. Como dicen por ahí, la tercera es la vencida! 

miércoles, 8 de agosto de 2012

Buen nombre

La leyenda en este frasco de cebollines al escabeche dice: "Silbadores de potos (1000 pedos en un frasco!!!)". No se puede decir que el cliente no está advertido. 

martes, 7 de agosto de 2012

La laguna sagrada

Después del tercer día emprendimos el viaje. La estadía en Lasa nos había dotado de suficientes eritrocitos como para enfrentar el resto del camino, y no hallábamos la hora de subirnos al auto y adentrarnos más en nuestra aventura a los Himalayas. Cien kilómetros y un choque después (cortesía de los chinitos que estaban en frente en un control policial y nos retrocedieron encima) llegamos al primer paso de cinco mil metros, y la consiguiente aparición de Yamdrok, la laguna sagrada. 
La calidad sagrada de la laguna data de tiempos inmemoriales; desde hace más de mil años que monjes tibetanos vienen a rezar y hacer retiros al borde de sus aguas, además de una procesión anual para limpiar espiritualmente el lugar y rendirle culto a la divinidad. Si bien hay botes que ocasionalmente se usan como transporte, el bañarse está estrictamente prohibido.
Una vez que nos bajamos de la camioneta, nos cayó una pequeña lluvia de vendedores, además de locales con fastuosos perros tibetanos y yaks para sacarse fotos (después de pagar una módica suma, claro). Después de insistir un par de veces cayeron en cuenta de que estábamos más concentrados en respirar y caminar al mismo tiempo, por lo que nos dejaron relativamente tranquilos. Una vez dominadas estas dos actividades, le agregamos una tercera: admirar el paisaje sobrecogedor que se extendía bajo nuestros pies por kilómetros y kilómetros, y maravillarnos del hecho de que este era sólo el primer día del viaje.