domingo, 4 de noviembre de 2012

Lanzamiento página oficial

Luego de un par de años de ganas y varios meses de trabajo y planificación, está lista nuestra página oficial de viajes. El nombre es Futatabi, y la dirección es http://futatabi.net/. Este blog queda cerrado luego de dos años de (algo irregular) actividad: Inicialmente fue creado para escribir sobre mis experiencias y peripecias en Hong Kong y sus alrededores, y ya van varios meses desde que emigré de por allá. Por lo que si quiere usted seguir leyendo las aventuras de Angel y Bruno (pues escogimos compartir los periplos y patiperrear juntos), agregue http://futatabi.net/ a sus favoritos y visítenos regularmente. La página está en inglés y en castellano (mis entradas son en castellano, y las entradas de Angel son en inglés), y hay lindas fotos de nuestros viajes y yo por mi parte seguiré escribiendo sobre mis aventuras australianas con, ojalá, más firme regularidad.



Oficialmente, este blog está cerrado. Gracias por su apoyo incondicional y fiel lectura!

Atentamente,

Bruno. 

viernes, 2 de noviembre de 2012

El cangrejito más tierno del mundo

 El otro día que fui a la playa a sacarle fotos a cangrejtos y lapas, me encontré con este pequeño que, con mucho orgullo, posó para mí por unos buenos minutos. Si bien tenía la pura cara de tímido, tuve que detenerme en un par de ocasiones porque estaba caminando sobre mi pie (y las patitas de cangrejo, por muy sabrosas que sean, no son lo más suavecitas cuando el crustáceo está caminando sobre ti). 


Ahora bien, haciendo uso de mis magníficas habilidades de dibujante en el computador, procedo a hacer un bosquejo de cómo se veía el cangrejo en realidad (y no como sale en la foto). 

No es acaso el cangrejito más adorable que han visto? (Creo que le faltó una pata a mi dibujo pero bueh, son mis raíces dadaístas.)

jueves, 1 de noviembre de 2012

Piel de serpiente

Estamos haciendo los últimos ajustes para lanzar el blog de viajes y nuestra página definitiva con Angel. De salir todo bien, este blog migraría a esta nueva página, donde seremos dos los que posteemos sobre viajes y uno el que seguirá posteando sobre todo lo demás. La página estará tanto en inglés como en español, aunque en un formato alternativo; esto es, con algunas entradas en inglés y otras en español (en vez de tener todo traducido en dos idiomas). Yo me comprometo a seguir escribiendo en español, al igual que lo he hecho en este blog. 

jueves, 25 de octubre de 2012

Momento Discovery Channel

Me encontraba a comienzos de la semana en un roquerío junto a una playa al norte de Brisbane, sacándole fotos a lapas, caracolitos, cangrejos y todo tipo de fauna marina, cuando súbitamente sentí un poderoso chapoteo al lado mío. Al darme vuelta, primero vi algo largo y moteado moviéndose rápido.

 Al comienzo creí que era una serpiente acuática por el tamaño, pero no estaba muy seguro. Lo único evidente a esas alturas era que esa serpentina criatura se estaba zampando flor de jaiba. 
 La masticó y azotó contra las rocas por unos pocos segundos, solo para luego dejar el cadaver ahí y desaparecer entre las rocas tan rápido como había llegado. 
Para mi sorpresa, luego de un poco de investigación resultó ser una morena. Cosa relativamente curiosa, pues hasta lo que yo sabía las morenas raramente salen de sus madrigueras (esperan a que la comida les llegue cerca). Por el tamaño, en todo caso, debe de haber sido una morena bebé. Morena copo de nieve, es el nombre de esta especie (nombre científico echidna nebulosa).

De todas formas, después de ver el espectáculo no volví a meter las patitas al agua. Como si el hecho de que casi pisé una serpiente venenosa mientras bajaba a la playa no hubiera sido lo suficientemente amedrentador. Todavía me cuesta acostumbrarme a que acá en Australia casi todo es venenoso y/o agresivo (o al menos ese es el estereotipo). 

Actualización respecto de las ranitas

Yo tenía tres ranitas, yo tenía tres ranitas
Y una se murió de tos;
No me quedan más que dos. 
De las dos que me quedaban, de las dos que me quedaban
Una se la comió un ave asesina; 
sólo hay una rana en la piscina... 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Sobre los otros (polémicos) inquilinos

Hace un par de semanas descubrimos a una pequeña familia de sapos de caña viviendo en la piscina de la casa. Ahora bien, al decir piscina me refiero a un cuerpo de agua no nadable situado en el patio trasero; ya van varios meses desde la última vez que un ser humano puso un pie dentro de esas aguas empantanadas. El filtro se apagó a comienzos del invierno, y desde entonces la flora y fauna australiana se ha dedicado a poblar el espacio. Lo que es más, sospecho que las mafias de animales e insectos están utilizando la piscina para saldar sus deudas: hemos encontrado en más de una ocasión cuerpos sin vida de pájaros, lagartos y arañas de considerable tamaño. 
Los sapos de caña no son una especie endémica de Australia. Son originarios de Centro y Sudamérica, donde viven en relativa simbiosis con su ecosistema. A comienzos del siglo pasado, ya habían sido introducidos con éxito en el Caribe, Hawaii y Filipinas, con el fin de erradicar plagas de insectos y otros agentes que estaban dañando las plantaciones de caña. Por esa época, Australia estaba viendo su propia cosecha del "oro verde" mermada por el escarabajo de caña, una especie autóctona que se alimenta de dichas plantas. Pensando que sería una buena solución, el gobierno australiano autorizó la introducción del anuro a tierras canguras en 1935. 

A diferencia de los lugares donde había sido introducida anteriormente, en el norte de Australia el sapo de la caña no encontró grandes depredadores. Los 101 ejemplares que llegaron vivos desde Hawaii fueron depositados en una granja para su reproducción. Esto no tomó mucho tiempo, considerando que la hembra puede poner treinta mil huevos de una sola vez. Pocos meses después, 2400 anuritos fueron depositados en distintos arroyos en plantaciones. Hubo intentos por parte de un par de agentes de gobierno de detener la diseminación de más sapos, aunque fueron infructuosos. 
La agencia de gobierno encargada del experimento inicial estaba convencida de su éxito. Sin embargo, jamás se les pasó por la cabeza de que este particular anfibio se convertiría en una de las peores plagas que hasta el día de hoy asuelan a Australia. Como si no fuera poco, a las pocas semanas cayeron en cuenta de que el sapo ni siquiera se acercó a hacerle mella al feroz escarabajo de caña; la ley de Murphy atacó una vez más (Murphy tenía casi 18 años en ese entonces, como dato curioso). 
Hay un sinnúmero de animales propios de Australia que vieron sus números enormemente disminuidos después del arribo de este nuevo vecino. Grandes cantidades de posibles depredadores murieron  (y mueren actualmente) envenenados después de zamparse a uno de estos impertérritos sapos que, al ser venenosos, no tienen ningún interés en moverse, esconderse o arrancar de cualquier amenaza. Paralelamente, al consumir grandes cantidades de todo tipo de insectos, hasta el día de hoy siguen limitando el alimento de otras especies insectívoras. El gobierno central lo tiene tildado de "amenaza" y "plaga", e incentivan a su erradicación. Actualmente, hay una división de científicos encargados de encontrar formas y métodos para controlar y eliminar a estos irreductibles inmigrantes. Al mismo tiempo, hay una pequeña minoría de personas que está en contra de su exterminio, argumentando de que eventualmente esta especie de anuros llega al equilibrio con su entorno. 
Por el momento, la familia viviendo en nuestra piscina consta de tres integrantes. Tal como es recomendado por el gobierno, me encargaré de sacar y secar los filamentos de huevos para que no sigan reproduciéndose tan exponencialmente, pero tengo que admitir que a esta altura se ven como simpáticas mascotas. Es bueno saber que al menos alguien está ocupando la piscina, y nos están haciendo un favor al limpiarla de insectos. Para aquellos quienes abogan por los derechos animales, han de saber que el área donde están tiene un buen tamaño y todas las comodidades, siendo así un formidable hogar para estos verrugosos inquilinos. 

martes, 11 de septiembre de 2012

Reminiscencias de Japón:La profesora jefe, parte 2

"Bienvenidos al intensivo de japonés I", cantó una mujer de un metro cincuenta y cinco, pelo castaño, mejillas redondas y mirada gentil, "yo soy su profesora jefe, Kanayama sensei". Dicho esto, procedió a escribir su nombre en la pizarra; el primer carácter era el de oro, y el segundo el de montaña. Montaña de oro. Prosiguió explicando a grandes rasgos el programa de estudio del trimestre; las dificultades a las que nos enfrentaríamos, las largas horas de estudio, la cantidad de carácteres que tendríamos que meternos en la cabeza, y varios etcéteras más. Su inglés estaba bien pronunciado para haberlo aprendido en la universidad, y su tono de voz nunca pasó de un suave arrullo. No sé cómo se las arreglaba para hablar con esa voz acogedora y a la vez cumplir con los sesenta decibeles de rigor para hacerse escuchar en una sala para veinte personas. Japón es un país misterioso, al fin y al cabo. 

No éramos muchos alumnos; catorce, para ser exacto. Dos burmanos, tres americanos, un canadiense, un francés, un búlgaro, una lituana, un indonesio, una trinidadytobaguense, un británico, una coreana y este humilde servidor. De los de Burma, uno de ellos tenía un inglés inentendible, mientras que su par femenina era risueña y silenciosa; los americanos, dos de los cuales apenas tenían dieciocho y el tercero estaba casi por los treinta, se veían normales y corteses; el canadiense era menudísimo, con un tostado de clóset comparable con drácula o el más pálido de los esqueletos; el joven francés tenía una melena de rulos castaños casi tocando en la categoría afro, adecuado para un DJ de las islas Mauricio (en las costas del África sur-oriental); el búlgaro siempre estaba vestido de terno y corbata, con un corte militar, impecable postura, modales envidiables y siempre una sonrisa en el rostro (después nos enteramos que había trabajado para la ONU); la lituana pelirroja, a pesar de tener faccciones consideradas bellas, casi siempre estaba seria o con cara de estar oliendo huevos podridos (terminaría siendo una de las bonitas amistades que me regaló el periplo); el indonesio, que usaba sus jeans hasta de pijama, era bueno para soltar carcajadas atronadoras, y era más relajado que el más relajado de los caribeños; la trinidadytobaguense tenía facciones hindúes, delgada y una tolerancia al picante tal que me hizo sentirme delicado como una margarita en otoño; el británico, pequeño, joven y escuálido, era japonés en cuerpo y sangre y venía en busca de sus raíces; la coreana, diminuta, silenciosa y sonriente, resultó ser una genio a la hora del estudio, y además podía tomar cantidades inescrupulosas de alcohol sin emborracharse; y quien les escribe pasó todo ese primer trimestre sudando la gota gorda gracias al calor remanente del verano (un espectáculo no muy bonito, he de admitir). 

Kanayama sensei tenía frente a ella un pequeño ejército de alumnos provenientes de todas partes del mundo, y estaba lista para afrontar el desafío de hacerlos navegar por las turbulentas aguas de la lengua japonesa y salir (relativamente) triunfantes. Por mi parte, ese día lunes sería uno de los pocos días donde llegué a la hora. Mi inpuntualidad y mis inasistencias serían la gran causa del estrés y preocupación que tanto Kanayama sensei como todas las otras profesoras compartirían durante los siguientes tres trimestres. 
El intensivo I no terminó siendo tan difícil como todo el mundo lo había predicho; falté hasta la última clase que podía faltar (llevé siempre la cuenta; tuve un setenta por ciento de asistencia al milímetro. Una clase más y habría reprobado), y aun así terminé con un promedio de notas sobrado de cariño. Algo parecido ocurriría  con el intensivo II, aunque con notas un poco más bajas. A esas alturas iban quedando menos alumnos del grupo inicial, y se unió un gran contingente de otros cursos de japonés. Kanayama sensei dejó de hablar inglés y pasó a hablar nada más que japonés, siempre ayudándonos y apoyándonos en nuestros quehaceres. A menudo los estudiantes íbamos a su oficina para hacer práctica de conversación extracurricular, y fuimos cayendo en cuenta de que la pobre profesora tenía un mal hábito de sobrecargarse con trabajo. A menudo recorríamos el campus de noche, ya sea para hacer ejercicio o relajarnos, y era común ver la luz de su oficina como el único resplandor proveniente del edificio de idioma. Sin embargo, todos los días a la misma temprana hora, la veríamos resplandeciente como siempre, con la misma buena disposición y paciencia infinita. A esas alturas las profesoras ya me habían manifestado en repetidas ocasiones su preocupación sobre mis inasistencias y lo atrasado que quedaría en relación a la clase, palabras las cuales escuché con respeto y agradecí con una sonrisa cada vez más calculada, cortés y -por ende- japonesa. 

Contrario a los pronósticos, mi promedio casi bordeó el 90%, permitiéndome avanzar a la última frontera: el intensivo III, que tenía fama de corta-cabezas. Y bueno, en retrospectiva tengo que admitir con mucha candidez que fui un desastre, o al menos más que de costumbre. Dado que era el último trimestre, había muchas fiestas en el dormitorio; despedidas, cumpleaños, y más despedidas. Mis visitas a la sórdida unidad 104 se hicieron más frecuentes, pues habían buenas amistades forjándose ahí, y mis consiguientes ausencias en las mañanas siguientes eran harto más notorias ahora que había solo un puñado de alumnos lo suficientemente aplicados (u obsesionados con el idioma) como para haber tomado el intensivo III. A mitad de trimestre uno de ellos se retiró por exceso de carga. Tácitamente, parecía que la mayoría de las profesoras se habían dado por vencidas en sus corteses intentos por civilizarme, pero no así Kanayama sensei. Ocasionalmente iría a su oficina a practicar conversación, y me miraría con sus pequeños y redondos ojos color de aceintuna por un momento, y comenzaría nuestra práctica, casi siempre orientada al área de responsabilidades, asistencia y tareas. En mi defensa, tengo que admitir que sí hice tareas y estudié para las pruebas (a diferencia de los dos intensivos anteriores). 
Distintas profesoras hacían distintas partes del programa; tal profesora nos daría clases de lectura, mientras que otra lo haría con la clase de visionado de videos, etcétera. A mitad de trimestre fui por primera (y última) vez a la clase de escucha de japonés, y tuve que asegurarle a esa profesora que yo era parte de la clase (no me quería creer). Mirando hacia atrás, no sé de dónde salió el casi 80% de promedio que me permitió aprobar todo. En la encuesta de final de curso, había una pregunta que solicitaba indicar cuántas horas de estudio y tareas uno le dedicaba todos los días al intensivo. Yo, muy orgulloso (e inflando un poco la cifra), escribí "una hora" de estudio diaria. Años más tarde me vine a enterar que Kanayama sensei se había impactado (por no decir horrorizado) al leer dicha cifra y, si bien las encuestas eran anónimas, ella le expresó con un tono travieso sus sospechas al amigo que me contó entre risas: "Las encuestas no tienen nombre, pero creo que esta es de Bruno-san". Todos los otros alumnos, sin excepción, habían puesto tres horas o más.

En la cena de despedida, todas las profesoras se comportaron más cariñosas que nunca. Los recuerdos que me escribieron en la polera fueron emocionantes, y distaron de la casi total indiferencia que terminaron profesándome en clases. Tuve que comerme cada una de las opiniones que tenía sobre ellas, mirar al suelo y replantearme el aberrado concepto de humildad que en algún lugar de mi mente residía. Al mismo tiempo, ellas jamás imaginarían que este alumno desmamarrachado, impuntual, rebelde y acelerado sería uno de los pocos que mantendría y mejoraría su japonés al cabo de unos años, e incluso una o dos quedaría con la boca abierta al escucharme hablar en (no tan) perfecto lenguaje honorífico dos años después.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Reminiscencias de Japón:La profesora jefe, parte 1

Durante el transcurso del 2007 y 2008 viví en Japón, con el fin de aprender el idioma y abrir mi mundo a la entonces exótica y misteriosa cultura oriental. Fue un año donde tuve una miríada de vivencias, experiencias y aventuras, con estentóreas risas, uno que otro trago amargui-dulce y más litros de cerveza que todos los que había bebido en mi vida hasta ese entonces. 

Uno de los elementos centrales y transversales de la saga nipona que comenzó a escribirse hace cinco años fueron las clases de japonés. Cinco veces por semana, de ocho a cuatro y media de la tarde. Japonés intensivo I, II y III. Si bien poco antes de partir a Tokyo tomé un mes y medio de clases como para no llegar, como se dice coloquialmente, "en pelotas", quedé vuelto loco cuando salí del aeropuerto camino a la universidad: no entendí ni pío. De no haberme ido a buscar una joven voluntaria de la universidad, habría terminado en las Filipinas o en Etiopía. Fue entonces cuando tomé la férrea decisión de aprender, asimilar y dominar el idioma local. 

Llegué incluso a estudiar un poco durante los escasos días que precedieron a la prueba de selección de cursos de japonés; dependiendo de tu rendimiento, podías quedar dentro de cualquiera de los seis niveles (los niveles intensivos englobaban dos niveles normales, de aquí que hubiera solo tres intensivos).  En las oscuras horas nocturnas previas a la prueba de selección que, convenientemente, era a primera hora en la mañana, acogí (una vez más) la oportunidad de conocer a la gente del dormitorio y de relajarme con un par de cervezas japonesas; a esas alturas ya estaba establecido el génesis de una afición que duraría de por vida. La velada fue un éxito. No solo conocí un poco más al grupete de reborrachines que fiestaba casi crónicamente en la infame unidad 104, sino que cuando desperté a las tres de la tarde con un sismo grado diez entre sien y sien y con deseos de tragarme el Pacífico, comprendí que mi destino en el estudio de la lengua estaba sellado: comenzaría desde cero. 


Una de las profesoras que estaba ya corrigiendo las pruebas aquella misma tarde se sorprendió al ver un alumno entrar al departamento de idioma, y más aun con lo que este alumno tenía que decir. Acusando lesión, como se dice en buen fútbol, me excusé de mi ausencia aquella mañana y le rogué que me dejara entrar al intensivo I. Tras unos anteojos de marco negro, una escueta ceja se levantó, arremangando una sábana de arrugas en la frente semi-secular. "¿Está seguro?", me espetó, un tanto preocupada por la palidez y dudoso intelecto de su interlocutor. "Sí", le dije, "Onegaishimasu" (una de las múltiples maneras de implorar/pedir en japonés). El golpe de gracia para adornar esta carta maestra lingüística lo di al esbozar una ligera reverencia de treinta grados, con las manos a los costados, aprendido de las múltiples veces que había visto hombres de negocios despidiéndose de sus jefes en el metro o en otros lugares públicos (aunque mis treinta grados de inclinación quedaban cortos en comparación a los sesenta, noventa y cientoveinte grados que exhibían estos profesionales, gradaje en directa relación con el rango del jefe y la cantidad de alcohol consumida). La docente, que más tarde resultó ser una de las profesoras que me acompañarían el primer trimestre, se llamaba Hiraki. "Lo esperamos el lunes a las 8:30", concluyó en su no-nativo inglés y, luego de dibujar una perfectamente calculada sonrisa entre carrillo y carrillo, siguió corrigiendo las pruebas, mientras que el tercer Carrillo volvió al dormitorio. Cuatro días más tarde, junto con el comienzo de clases, entraría a la escena una de las personas más gentiles, nobles, pacientes y trabajólicas que he conocido: la profesora jefe. 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Mundo macro

Hace poco tomé prestado un lente macro (y un control remoto inalámbrico para la cámara, otro mundo!) y me metí al patio a jugar; terminé de guata en la orilla de la piscina y revolcándome en el pasto.
De chiripa abrimos el filtro de la piscina y encontramos una pequeña familia de sapos de caña viviendo dentro. Así que se fue de foto el sapito. Eran del porte de un medio puño, y más venenosos que el pisco Tres Cruces.
 Estos son los clásicos diente de león.
 Revolcándome de aquí para acá encontré uno lo suficientemente alto como para sacarle una foto por debajo.
 Esta sospecho que era de la familia de los liliums.
Y, finalmente,un diente de león decadente.

A ver si mañana o pasado salgo a caminar por el vecindario a la caza de cosas pequeñas para sacarle fotos.

jueves, 30 de agosto de 2012

Vecino voraz: leche de guerrero (llámese vencida)

Tomando en cuenta las peticiones para subir fotos de la comida que colecto de mis compañeros de casa, aproveché de intentar hacer una pequeña sesión fotográfica con el último ítem que recibí: un bidón de leche vencida. Luego de esta "sesión" aprendí unas cuantas lecciones: 

1) Es difícil achuntarle a la copa y apretar el obturador al mismo tiempo. No ayuda el hecho de que la distancia mínima de enfoque de mi cámara sea de 1.2 metros, lo cual me dejó con los brazos casi totalmente abiertos mientras inclinaba el bidón e intentaba sacar la foto sin mover mucho la cámara en el trípode. 
 2) Caramba que es difícil ajustar la luminosidad. Estaba dentro de la casa para que hubiera menos reflejos de luz, pero era demasiado oscuro como para fotos de acción. Resultado: fotos algo granulosas y levemente borrosas. 
 3) Aun después de achuntarle a la copa, es difícil mantener el flujo de leche detro de ésta. Estuve diez minutos limpiando la cocina después. 
 4) Después de varios intentos, me mudé al patio para seguir con los experimentos. La buena luz solar me permitió más velocidad de obturación, pero aun así las fotos no salieron todo lo nítidas que me hubiera gustado. Le voy a pedir prestado el lente macro a Angel y veremos cómo salen las cosas. 
 5) Espero que le salgan las manchas de leche a las dos poleras negras que usé...

lunes, 27 de agosto de 2012

Vecino voraz: recuento de la última víctima

Desde que me instalé en Australia he estado arrendando una pieza en la casa de un amigo, donde somos tres los que convivimos. A los pocos días de mi debut en tierras australianas caí en cuenta de un curioso ritual llevado a cabo por mis contertulios: en la búsqueda por alimentarse mejor compraban todo tipo de alimentos que almacenaban diligentemente en el refrigerador, comían un bocado o dos durante el espacio de algunos días y abandonaban el resto hasta que se echaba a perder. La primera vez que vi esto, que fue cuando me tocó limpiar el refrigerador de ítemes casi seculares (llámese leche cuajada, mermeladas petrificadas, vegetales completamente secos y piedras que alguna vez fueron panes) para poder poner mis propias provisiones, pensé -ingenuamente- que el descuido había sido meramente por esta vez. Cuando tuve que rescatar mis apios y lechugas de ser atacados por moho y el jamón y el queso de quedar impregnados por un olor acre proveniente de un caldo que parecía sacado del renacimiento, caí en cuenta de que aquí había un patrón de conducta. 

Tomé, oportunamente, cartas en el asunto, y me dirigí a mis dos cohabitantes al mismo tiempo en términos muy claros: si no se comen las leseras que compran, me las como yo antes de que se echen a perder. Ambos aceptaron los nuevos términos de uso del refrigerador (y de la despensa. Y de la frutera. Y del comedor), y le agregamos una cláusula donde en ciertos casos les tengo que dar una notificación de advertencia para consumir determinado producto. El viernes pasado me terminé unas deliciosas galletas de avena que había estado esperando desde julio para que se venciesen; su dueño apenas probó una y las abandonó a su suerte en la despensa. No sé si estaba esperando a que tuvieran progenie, pero apenas tocó la fecha de expiración, terminaron de expirar en mi estómago. La última víctima de esta breve tradición de reciclaje fue una media palta, que había estado una semana completa dentro del refrigerador mal envuelta en papel de plástico. El viernes le di un aviso de desalojo a su dueño, y cortésmente esperé hasta hoy para hincarle los dientes. 

De más está decir que la medida salomónica que establecimos es sumamente conveniente para mi bolsillo; a menudo paso varios días sin tener que hacer las compras en el supermercado. Creo que una de las cosas que más agradezco es el hecho de que el dueño de casa (quien es uno de mis cohabitáneos) tiene una base de fans femeninas bastante grande y, al mismo tiempo, no le gustan mucho las cosas dulces. El resultado: a menudo "tengo" que acabar con los regalos que le llegan de dichas fans, que van desde chocolates y galletas a toda clase de quequitos. Afortunadamente, estas ofrendas de admiración no llegan todos los días; de lo contrario a estas alturas sería un bruno y medio quien escribe. 

sábado, 18 de agosto de 2012

Campamento base

El camino al campamento base de la cara norte del Éverest está muy bien mantenido estos días. Se puede incluso llegar en auto casi hasta donde se instalan las carpas de las expediciones. Hasta hace un par de décadas, dicho camino no existía. Sólo había huellas por las cuales circulaban los nómades y sus yaks. En la actualidad, los nómades establecen su carpas desde finales de marzo y comienzos de abril, para captar el flujo de turistas que esporádicamente visita por esa época. Dichas carpas ofrecen alojamiento para aquellos aventureros que quieren la auténtica experiencia tibetana, durmiendo en carpas nómades y comiendo comidas preparadas en estufa de heces de yak.
Desde hace algunos años, ha habido mucha polémica por la afluencia en aumento de expediciones comerciales y la consiguiente conquista de la montaña por parte de personas con credenciales alipinísticas dudosas pero con mucho dinero. No tanto por el hecho de que más personas tengan acceso a la montaña, pero más bien por un asunto de seguridad. A menudo ha ocurrido que gente con poca o ninguna experiencia en altura o experiencia en escalada en hielo crean verdaderos atochamientos camino a la cima, poniendo en riesgo sus vidas y la de los demás escaladores (muchas veces con consecuencias fatales).
 
Probablemente el caso más insigne de esto ocurrió en la primavera de 1996, donde un mal giro de los acontecimientos le costó la vida a ocho personas en un solo intento a la cumbre (en toda esa temporada murieron unos 15 escaladores). La tragedia está retratada en los libros En el aire fino  (Into thin air) por Jon Krakauer, y La escalada (The climb) por Anatoli Boukreev (ambos muy recomendables).

La pura caminata entre el hostal y el campamento base nos dejó hechos unos estropajos, y eso que eran "solo" 8 kilómetros a "solo" 5100 metros de altura... Arriba en la montaña el cuento es totalmente distinto. Si nos da el pellejo y la preparación, quizás intentemos algún ocho-mil "chiquitito" en el futuro. Por el momento, estamos lentamente preparándonos y adquiriendo experiencia. El próximo objetivo: El Kilimanjaro. 

domingo, 12 de agosto de 2012

No olvides comer tus verduras

 Este es un buen recordatorio. Me he portado bastante bien desde que llegué, estoy comiendo frutas y verduras casi todos los días (a diferencia de mis días en Japón hace algunos años, donde lo más cercano a verduras que tenía mi dieta era la cebada fermentada de los litros y litros de cerveza). 
Estas simpáticas figuritas estaban posadas en una feria, esperando que algún cliente creativo o ávido de tener recordatorios para alimentarse bien las comprase. Siguiendo mi política de no adquirir muchos cachureos, me contenté con sacarles una foto en vez de comprarlos. 

jueves, 9 de agosto de 2012

A la caza de ballenas

 Las migraciones de ballenas jorobadas son muy populares en Australia, especialmente porque es muy fácil verlas dado que pasan a pocos kilómetros de la costa. Por lo mismo, hay muchos tures que ofrecen, a lo largo del año, salidas a avistar estos cetáceos. Si bien no son lo más baratas del mundo, gracias a la tecnología y a sitios como Groupon, estas salidas son más accesibles para el ciudadano común y silvestre.  
Las migraciones ocurren entre junio y octubre de cada año, cuando las ballenas viajan desde las frías agua de la Antártica (donde abunda el krill, su plato favorito) hasta las más calidas aguas del Pacífico sur oriental. La razón es muy simple: para hacer guagüitas (también conocidos como ballenatos). Las costas del continente antártico, como bien puede imaginar el lector, son bastante heladas, por lo que una ballena recién nacida, al carecer de la capa de grasa que protege a sus progenitores, no podría sobrevivir mucho tiempo. Así que se van todas las ballenas de parranda hacia el norte, y lo hacen masivamente en pequeños grupos (aunque suene como oxímoron). 
 La verdad de las cosas es que, después de ver las fotos de las compañías que ofrecen estos tures (donde salen ballenas saltando, asomando la cabeza y haciendo todo tipo de piruetas), me embarqué con la cámara lista para registrar el Cirque du Soleil de los cetáceos, pero no podía estar más alejado de la realidad. Como bien me fui a enterar a medio camino, cuando las ballenas están migrando hacia el norte no tienen ningún interés en andar rebotando y dando espectáculos gratuitos. Lo único que quieren los ballenos es pisarse a la ballena, y éstas lo único que quieren es ir a tener sus bebés en paz. 
 De todas formas, no me puedo quejar: en algún punto de la travesía tuvimos cuatro de esto mamíferos bien grandes pegados al barco intentando ver quiénes eran estos animales bípedos haciendo tanto escándalo. La tripulación estaba tanto o más excitada que los clientes, corriendo de un lado al otro del barco y gritándose entre sí: "Aquí están, aquí están!"
 Cabe recalcar que voy a tomar el tur de nuevo, esta vez en septiembre u octubre, cuando debería haberlo hecho desde un pricipio. Esa época es cuando las ballenas ya vienen de vuelta con sus crías, y al tener menores mirando hacen todo tipo de demostraciones para enseñarle a sus bebés cómo debe comportarse una ballena de verdad. Espero que esta vez no me cancelen el tur como lo hicieron a primera vez: me pegué el pique hasta la Costa Dorada (el equivalente en distancia como ir a San Antonio) sólo para llegar y que me llamaran por teléfono diciendo que el barco no iba a poder partir porque tenía fallas técnicas encontradas esa misma mañana. Como dicen por ahí, la tercera es la vencida! 

miércoles, 8 de agosto de 2012

Buen nombre

La leyenda en este frasco de cebollines al escabeche dice: "Silbadores de potos (1000 pedos en un frasco!!!)". No se puede decir que el cliente no está advertido.