
Ocho tesoros con algas marinas y vegetales. Ese era el nombre del plato. No hay demasiado que decir, salvo que las bolitas de pescado habían absorbido todo el jugo de la sopa (así que ni hablar de lo sabroso) y que las sepias -o jibias pequeñas- tenían un gusto demasiado marino a veces. Pero el plato estaba terrible de bueno, en especial los fideos. Por unas módicas dos lucas me trajeron un plato que por poco y me deja botado. No se aprecia tanto en la foto, pero era monstruoso. También ayudó el que me tuviera que terminar la mitad del plato de mi compañera de intercambio.

Los meseros en estos tugurios (porque son tugurios, auténticos 'hoyos en la pared' donde va a comer la misma gente del barrio de siempre, y de vez en cuando un turista lo suficientemente valiente -o pavo-) parecieran despreciarte siempre. Vienen a la mesa, y de alturas casi altiplánicas te miran hacia abajo con los ojos semicerrados, levantan una ceja y preguntan haciendo una mueca de disgusto: "¿Qué querí?" No es sólo con los extranjeros, es con todos. Pero parece que todo el mundo ya está acostumbrado. Ah, sí, y como son lugares pequeñísimos con mesas redondas de cuatro personas, te sientas a comer codo a codo con gente equis. Es como sentarse en la barra de un bar en año nuevo, sólo que en este caso es redonda, están todos sobrios y la señora frente tuyo te mira fijo como si te estuviera haciendo el mal de ojo mientras sorbetea el último tallarín que con toda seguridad te va a salpicar.
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