Aprovechando de estrenar la cámara nueva, tomé el metro y fui a Tsim Sha Tsui, el puerto de Kowloon (que es la comuna de la ciudad que está unida al continente y queda al lado del mar. Es como si Providencia fuera orilla de playa). Desde ahí se tiene una vista magnífica al puerto Victoria, que es el lado donde vivo yo.
Todo el borde de la bahía de Kowloon está convertido en pasos peatonales. Es un pequeño oasis en una ciudad donde el tráfico pareciera ser eterno. Seriamente hablando, Hong Kong da la impresión de ser un purgatorio para automovilistas; una ciudad que sufre de taco crónico; una metrópolis con más tacos que México; el tacómetro en los autos llega a ser un chiste de mal gusto.
Los ferries funcionan desde las cinco o seis de la mañana hasta la medianoche, y se demoran unos diez minutos en cruzar el brazo de mar que separa la isla del continente. Dicen que el paseo es barato y muy pintoresco, por lo que con toda seguridad me voy a subir a uno apenas tenga la ocasión.
Una vez que se puso el sol, el smog ya no se notaba tanto (menos mal). No sé si Hong Kong tiene más o menos smog que Santiago; los índices que utilizan son distintos y, francamente, no he sentido una gran diferencia desde que llegué. Quizás más adelante me vuelva asmático o se me comience a caer el pelo (quizás hasta me salgan canas), pero por ahora estoy sano y salvo.
Un guiño arquitectónico a El Señor de los Anillos. No sería de extrañar que allá adentro hubiera villanos financieros igual de malacatosos que los de la película. (Bueno, técnicamente los del libro, pero ya que estamos hablando de imágenes...)
A medida que caía el anochecer, las luces comenzaban a asomar...
...hasta transformarse definitivamente en un show colorido. Desde esa bahía se tiran los fuegos artificiales para año nuevo, es como si Viña del Mar tuviera una isla al frente donde la gente se apostonara a mirar el espectáculo.
Mientras tomaba fotos, se me acercó un chinito de unos cuarenta años con un trípode en la mano y un inglés fatal, y el diálogo fue algo así:
Ch: Hola, disculpe, ¿qué exposición tiene en su cámara?
B: Ehmm... Déjeme ver. Es de X (*No recuerdo el número exacto)
Ch: Ah, veo. ¿Y qué apertura de lente está usando?
B: 1.8
Ch: Ah, ¿y el ISO?
B: 1250
Ch: ¡Vaya! ¿Podría sacar una foto con exposición de 1/200, apertura de 5.6 e ISO 1000?
B: ¿Qué?
Ch: ¿Podría hacerlo? Hágalo por mí, ¿sí?
B: Ehm... Claaaaro. *Click*. ¿Qué le parece?
Ch: Ah, veo. Qué bien, qué bien. ¡Adios!
Manejo varias hipótesis sobre las intenciones del local, pero aun así la conversación hizo casi tanto sentido como la obra "El cepillo de dientes".
A ver si alguna vez pillo una noche un poco más despejada. Aunque las nubes bajas (o smog en proceso de disipación) le daban un toque batmanesco a la escena.
Una vez terminada la sesión de fotos, guardé mis cosas y tomé el casi siempre lleno metro de vuelta a casa (bueno, depto). Todavía no me han cartereado, pero según la gente con la que he hablado es sólo cosa de tiempo. Soy todo un mechón Hongkonguense.
Este cuadro casi artístico me la topé en en camino de vuelta. Es un aviso de advertencia a mi buen amigo el señor Bianchini, no vaya a ser cosa de que acabe así algún día.